Al finalizar un ano, a nuestro paso dejamos huellas. Malas o buenas, pero a fin de cuentas, son huellas. En nuestro bregar cada palabra, deja un efecto en cada ser humano con los que nos relacionamos.
En la antigüedad, el mundo era más simple y las preocupaciones del padre de familia eran de proveer mediante la caza y ofrecer protección. La mujer se mantenía en su rol de ama de casa. Las ansiedades eran otras orientadas a las necesidades básicas de seguridad y supervivencia. Hoy, las necesidades se incrementaron y prueba de ello es la consabida Pirámide de Maslow que refleja muchas de las necesidades del profesional del siglo XXI.
Me pregunto en este cambio de estilo del pasado a la fecha cómo podemos interrelacionarnos con disposición, alegría y servicio cuando contamos en nuestro haber con una pirámide de necesidades que aún no quedan plenamente satisfechas? Es una pregunta difícil y las respuestas solo las encontraremos dentro de nosotros mismos. Sin embargo, una de las respuestas que me ofrecí en mi interior fue la práctica de las virtudes humanas.
“Un hombre sin virtud no puede morar mucho tiempo en la adversidad, ni tampoco en la felicidad; pero el hombre virtuoso descansa en la virtud, y el hombre sabio la ambiciona.” Esta reflexión del filósofo Confucio nos revela que la práctica de los valores nos trae bienestar y felicidad.
Acaso practicar la paciencia. la solidaridad o bien la templanza pueden cambiar la visión de la vida? Si. Esta práctica nos va a permitir sonreír genuinamente a las personas que están a nuestro alrededor y que sin haberlas elegidos , se convierten en parte de nuestra familia.
El andar al practicar las virtudes es más suave, más sereno y siempre deja una buena huella. Afinemos las cuerdas de nuestra alma pues esa afinación solo traerá buenas melodías a nuestro alrededor.
Nov. 2014
Amelie Pella